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El fútbol, cuestión de clase


Colectivo Lucha de Pases

El 4 de enero de 2017, los seguidores del Club Africano de Túnez desplegaron una pancarta en un partido contra el París Saint Germain que rezaba: “Creado por el pobre, robado por el rico.” En pocas palabras se describía la trayectoria del deporte más popular del mundo, desde un enfoque de clase.

Los orígenes y la evolución del fútbol conforman un episodio en la historia de la lucha de clases. Practicado en un principio mayoritariamente por las clases acomodadas (con la elitista escuela de Eton como epicentro), la clase obrera fue conquistando este espacio de manera paralela a la conquista de sus derechos, como el derecho al descanso dominical. El fútbol se convirtió así en el espacio de ocio y sociabilidad central de la clase obrera durante el fin de semana, una liturgia alternativa a la de las iglesias, estableciendo una comunión en las gradas(y en la previa en el pub)

El paso del amateurismo al profesionalismo a fines del siglo XIX, y la superioridad del estilo combinativo de los equipos obreros frente al individualista de la burguesía, son temáticas que se recogen en la reciente serie de Netflix The English Game que, sin profundizar demasiado, puede ser un buen acercamiento a estos temas.

Posteriormente, a principios del siglo XIX, el fútbol comenzó a formar parte esencial de la cultura obrera y asociativa y de su tiempo de ocio, tanto en el césped como en las gradas. Por eso las elites desconfiaron del fútbol, porque consideraron que un deporte que creían les pertenecía por derecho se transformó en el deporte plebeyo de masas por excelencia. Debido a ese carácter plebeyo, el fútbol era algo más que goles y fueras de juego, era un espacio de resistencias, de antirracismo, de anticolonialismo, de reivindicaciones de nación, de género y de clase. Un espacio de permanente disputa, tal como lo entendió el fascismo intentando instrumentalizarlo. Un espacio de avances y retrocesos, tal y como le ocurrió al emergente fútbol femenino en el primer tercio del siglo XX en Francia y Gran Bretaña, que ante su éxito fue visto como una amenaza a los valores“femeninos” consagrados por la burguesía y por tanto se vió primero marginado y finalmente desterrado.

A finales del siglo XX, en paralelo con la contrarrevolución neoliberal de Tatcher y Reagan, las elites intentaron recuperar el fútbol como instrumento de control social, disciplinando el estadio, distanciando al aficionado, e imponiendo sus valores individualistas y mercantilistas a los equipos, convertidos en marcas que compiten en un mercado global.

El tránsito desde el fútbol como deporte popular al fútbol como negocio es evidente pero como comprobamos, dilatado en el tiempo aunque acelerado en el siglo XXI, lo que dificultó un análisis crítico entre las enormes capas de seguidores de este deporte. Ha habido una transformación, ya que el deporte se ha convertido en un negocio y en un vehículo cultural neoliberal al servicio de la idea del éxito a cualquier precio. El peso de la afición en los clubes cada vez es menor, como bien dice Marcelo Bielsa "el mundo del fútbol cada vez se parece más al empresario y menos al aficionado".

El fútbol actual se parece cada vez menos al fútbol que nos enamoró, de ahí el nacimiento de algunos movimientos críticos de odio al fútbol moderno. Bajo nuestro punto de vista, este "movimiento"aún tiene que alcanzar una síntesis capaz de relacionar este proceso de degeneración con la crítica anticapitalista. En palabras de Walter Benjamin, esta nostalgia contemplativa no debería quedarse en un "retorno al pasado", sino en un "desvío por este hacia un porvenir utópico", hacia un fútbol y un deporte realmente populares.

En esa línea, en los últimos años ha surgido un potente movimiento de lucha por un fútbol popular y por la creación de clubes de accionariado popular, como el Orihuela o el Ceares de Gijón, por citar solo un par. En ellos, las decisiones se toman democráticamente por todos los socios y directivos, y técnicos y jugadores tienen una responsabilidad social ante los aficionados, lo que demuestra que hay vida más allá del fútbol de los negocios. Son pequeñas islas, pero nos muestran un horizonte de posibilidad, otro fútbol y otra sociedad son posibles.

¿Cómo sería ese escenario al que aspiramos? Siendo ambiciosos, un proceso revolucionario que sustituyera al Homo faber por el Homo ludens debería favorecer la función de formación física, espiritual, e incluso estética, del fútbol y del deporte en general, sobre la figura del espectador pasivo que busca evadirse de su mediocridad vital.

Además, la ausencia de conflictos de clase, y de contaminación mercantil en el deporte, abriría o reabriría nuevos conflictos más estimulantes, como los que en su momento existieron en cuanto al carácter y al papel de la competición en nuestras sociedades, la existencia de premios y clasificaciones en el seno de comunidades democráticas y socialistas o la importancia del deporte como parte esencial del desarrollo físico y emocional de un pueblo.

En este sentido, está documentada la tendencia de las comunidades obreras a evitar la existencia de triunfadores únicos, a la socialización de la victoria, supeditando lo individual a lo colectivo, lo que no puede más que estimularnos a la hora de imaginar y de construir esos horizontes alternativos de autoemancipación, también deportiva.

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